Exposición Zebra, Espacio Astor. Mar del Plata 1991
Las relaciones complejas entre naturaleza y cultura se dirimen, entre otros lugares, en la mesa.
De la naturaleza a su mesa diría un publicitario, y en el medio está la disposición de los platos y los cubiertos, y el diseño de los manteles. Una escena vista desde arriba de una mesa aún por servir. En ese pequeño territorio hay todo un ritual social, que señala pertenencias, orígenes y hábitos.
Para que la comida llegue al plato tiene que pasar por el proceso de la cultura, por la cocina. Y a través de la cocina de la pintura, precisamente, Daniel Besoytaorube (1959) reflexiona sobre éstas relaciones e introduce de un modo sorpresivo secciones de una cebra.
Ninguna mirada puede sustraerse de imaginar que la cebra es un animal pintado, casi diseñado. En este sentido, el pintor toma -y reproduce en una cinta de video– fragmentos de la película ZOO de Peter Greeneway, en la que se vuelve una y otra vez sobre la pintura (Vermeer), la simetría -toda la película está armada con encuadres simétricos-, el blanco y el negro como utopía de la pureza plástica y la cebra como imagen obsesiva (“un híbrido extravagante como un centauro”, “un animal negro con rayas blancas o blanco con rayas negras?”), entre otras obsesiones, como la mutilación y la violencia que la muerte y el proceso de descomposición ejercen en los cuerpos inertes.
A partir de correlato entre los juegos estéticos del artista y la pintura “natural” que presenta la cebra. D.B. quiebra la cotidianeidad de sus imágenes con la mutilación de ese animal raro. Esta obra –de un modo delicado y sorprendente–incorpora en el ritual cotidiano de almuerzos y cenas un elemento que habitualmente se escamotea de la mesa: la violencia previa que el hombre ejerce sobre la naturaleza. Y esto aparece junto con la puesta en escena del primer problema -constitutivo y específico- de la plástica, que es la disposición de los objetos en el plano.
Fabián Lebenglik